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De San Martín a la Patagonia: Isidoro y su vida nómada en “El 29”, su motorhome

De San Martín a la Patagonia: Isidoro y su vida nómada en “El 29”, su motorhome

En un mundo donde todo parece girar cada vez más rápido, donde la rutina y el consumo marcan el ritmo de los días, Isidoro Vivas eligió el camino inverso: la lentitud, la libertad, la autosuficiencia. Hoy, con 76 años, recorre los paisajes argentinos a bordo de un motorhome que construyó con sus propias manos. Su casa rodante —bautizada “El 29”— no solo es su vivienda, sino el símbolo de un proyecto de vida que desafía los moldes convencionales.

Una decisión de vida

Isidoro nació en San Martín, Mendoza. Vivió allí buena parte de su vida, hasta que un día —ya jubilado— decidió que no quería pasar sus años restantes “esperando que pasen los días”. No quería depender de nadie ni vivir en la inercia. Así fue como comenzó a construir su motorhome, un trabajo artesanal que le llevó tiempo, esfuerzo, y mucho ingenio.

No compró una casa rodante ya armada, ni buscó lujos. Lo hizo a su manera: con elementos reciclados, con materiales reutilizados y con la filosofía de que “menos es más”. A cada rincón de su vehículo le imprimió una función, una lógica práctica, pensada para vivir de forma austera pero digna.

El motorhome como modo de vida

“El 29” —nombre que alude a un número personal significativo— es mucho más que un vehículo. Es su hogar móvil, su refugio, su base de operaciones. En él duerme, cocina, lee, trabaja, y sueña. Está equipado con lo esencial, sin comodidades superfluas. Y sin embargo, según cuenta Isidoro, es todo lo que necesita.

Desde hace más de una década, vive así: viajando de pueblo en pueblo, de provincia en provincia, muchas veces sin rumbo fijo. La Patagonia lo atrapa especialmente. Ha recorrido Santa Cruz, Tierra del Fuego, Chubut, y también suele volver a Mendoza o al norte argentino cuando lo llama el paisaje o alguna amistad hecha en el camino.

El trabajo como forma de sustento y vínculo

Isidoro no es un viajero que depende de ahorros ni subsidios. Trabaja con sus manos, como siempre lo hizo. Su oficio es amplio: mecánico, electricista, herrero, soldador. En cada lugar donde se detiene, ofrece sus servicios, arregla autos, repara herramientas, mejora instalaciones. Se adapta a lo que haya y cobra lo justo.

Asegura que no le interesa el dinero como fin en sí mismo, sino como medio para seguir moviéndose, para cargar combustible, para comprar alimentos. Se alimenta de forma sencilla, sin excesos. Tiene una huerta portátil, cosecha algunas verduras, y en ocasiones recibe trueques o ayuda espontánea de quienes lo conocen.

Además, su trabajo le permite tejer lazos. En cada ciudad que visita, establece relaciones con vecinos, escucha historias, comparte mates. No es un turista de paso; es un hombre que se integra al lugar, que se involucra con la comunidad, aunque siempre con la conciencia de que pronto seguirá su ruta.

Una filosofía en movimiento

Su vida es una reivindicación de la libertad. “No tengo jefe, no tengo horarios, no tengo deudas. Vivo como quiero vivir”, dice sin vanidad, simplemente como una afirmación de principios. Para muchos, Isidoro representa una figura inspiradora: un hombre que se animó a dejar lo establecido para seguir su propia lógica interna, su propio camino.

Su día a día está lleno de desafíos. Las inclemencias del clima, el mantenimiento del vehículo, la incertidumbre del mañana. Pero también está lleno de encuentros, paisajes, aprendizajes y una paz que, según él, no cambiaría por nada.

Río Gallegos: una parada más en el viaje

Actualmente, Isidoro se encuentra en Río Gallegos, Santa Cruz. Allí ha sido visto trabajando en talleres, colaborando con vecinos y compartiendo su experiencia con quienes se interesan por su estilo de vida. Siempre despierta curiosidad, especialmente entre los jóvenes que buscan alternativas a la vida tradicional, o entre los adultos mayores que lo ven como un ejemplo de que la vida puede reinventarse a cualquier edad.

Su motorhome “El 29” es fácilmente reconocible, no por lujos, sino por su impronta. Y donde se detiene, deja una marca: de trabajo honesto, de humildad, de sabiduría construida con kilómetros y silencios.


Un mensaje que trasciende

La historia de Isidoro no es solo la de un viajero. Es la de una elección de vida. Una que propone un retorno a lo esencial, una crítica implícita al consumismo, una apuesta por la autonomía y el vínculo humano.

En tiempos de hiperconexión digital y vidas aceleradas, su motorhome avanza despacio, pero con rumbo firme. Lleva consigo una certeza: que la libertad no está en tenerlo todo, sino en necesitar poco y saber disfrutarlo.

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